A excepción del Volkspalast, representativa sede comunista de la ex Alemania Oriental que fue demolida tras una larga disputa que duró años, prácticamente todos los edificios se mantienen en Berlín. En Santiago ni las obras de arte se salvan.
La fachada emblemática del Apumanque, trabajo de la destacada artista nacional Matilde Pérez fue retirada por motivos de remodelación y con el argumento que “esta obra ya cumplió un ciclo”.
Cuando se habla de Berlín, se piensa en la ciudad de mundo. Cuando se menciona Santiago, la asociación inmediata es del fin del mundo. Mientras Berlín se puede vanagloriar de ser una de las capitales más importantes, cuna de vanguardias artísticas, destino obligado de turistas; Santiago es sólo una ciudad de paso para el extranjero que se dirige inmediatamente al norte o al sur de Chile donde se encuentran los reales atractivos turísticos.
Pese a la gran distancia que separan a ambas capitales, hay algo que las une: la gran cantidad de grúas que se erigen entre los edificios. Pareciera que ambas ciudades sufren del mismo boom inmobiliario. Podríamos sumarnos a ese afán nacional de compararnos con todo tipo de cosas, costumbres y logros extranjeros, y ufanarnos de que estamos a la altura de la capital alemana, si la comparación de bienestar se midiera en cuanto a la renovación arquitectónica.
Sin embargo, al mirar de cerca, la diferencia entre el uso de grúas en Berlín y Santiago es diametralmente diferente. Los nuevos edificios que aparecen entre los históricos son casi una excepción en la capital alemana. Las grúas son el resultado del intento del país germano en renovar y salvar a una velocidad vertiginosa y sin tener reparos en endeudarse, todos los edificios deteriorados que heredó de la ex Berlín Oriental con la ambición de que éstos se asemejen al lado Occidental. En Santiago las grúas son sinónimo de que nuevamente se echa abajo un edificio representativo de los antiguos barrios residenciales de la capital, para dar paso a una torre totalmente nueva de 15 o más pisos que ofrecerá departamentos diminutos y uniformes. Así, mientras que Berlín se remoza, Santiago se erradica.
Incluso Berlín va más allá. No sólo mantiene, renueva y sanea sus espacios, también los reinventa. Ahí está la antigua cervecería que se mantuvo intacta y que ahora alberga en su interior un cine, restaurantes, centros culturales, salas de conciertos, discotecas, bares e incluso un supermercado bajo el nombre Kulturbrauerei (Cervecería de la cultura). O el ahora famoso Radialsystem, antigua central de distribución de agua potable, cuyas salas fueron refaccionadas, fusionando la antigua arquitectura con una edificación moderna, y que hoy es un centro para las artes y sede de una de las coreógrafas más importantes de Alemania, Sasha Wals. O el otro caso, la Casa de la Cultura Tacheles, edificio donde nacieron todas los movimientos culturales, artísticos y de vanguardia de la era post caída del muro, que nunca fue renovado, justamente para mantener así su autenticidad.
En Santiago, diariamente uno es testigo de la desaparición de casonas antiguas, edificios de ladrillos y barrios completos. Sectores como Providencia, Ñuñoa y El Golf perdieron su aire residencial, de grandes casonas con amplias salas con piso de parqué y jardines grandes con antiguos árboles. Pero también se borran espacios públicos. En Berlín hubiera sido impensable eliminar los cines antiguos, como lo fue Las Lilas, para construir gigantes edificios impersonales que no hacen más que asemejarse al resto. ¿Y por qué, nadie tuvo la gran idea de adueñarse de los gigantes galpones ubicados en Bellavista, casi llegando a Pio Nono, que por último albergaron la revista Paula y estudios fotográficos, para hacer un gran centro cultural? Ahora, ya no hay vuelta atrás. Anticipándose a la aprobación de permisos, implacables maquinarias carcomieron rápidamente la sólida estructura, dejando un sitio eriazo que hasta ahora no ha sido construido. La inmobiliaria aún no cuenta con los permisos municipales. Innumerables son los ejemplos de antiguos espacios que podrían haber sido reinventados y reincorporados a la ciudad. Innumerables son las aberraciones arquitectónicas que se podrían denunciar.
Pareciera que los santiaguinos ya se rindieron ante las decisiones de los ediles y gobernantes. Terminan entregando sus antiguas viviendas a las máquinas demoledoras de las inmobiliarias, e incluso se abanderan con la americanización de los espacios públicos, concentrados en enormes malls y multicines. Una americanización que en Berlín no encontró gran aceptación. Pocos son las multitiendas que se han instalado en la capital de Alemania donde se siguen prefiriendo las boutiques y pequeñas tiendas. O el famoso Potsdamer Platz, moderna edificación que es vendida como atracción turística y conocida porque ahí se desarrolla el Festival de Cine Berlinale, pocas veces es visitado por el berlinés. Simplemente no se puede identificar con este lugar que desentona dentro de la ciudad.
Ahora bien, se podría decir que el santiaguino simplemente prefiere lo nuevo cuando de arquitectura y viviendas se trata. Pero entonces, ¿cómo entender esa tendencia casi histérica de aferrarse al barrio Bellas Artes y Lastarria, vanagloriarse de ese espacio y de la antigüedad de sus edificios? «Uno se siente como en Europa», es uno de los comentarios más frecuentes de los asiduos o residentes de ese barrio que mantiene una arquitectura del viejo continente y que se ha sabido poblar con cafés y pequeñas y originales tiendas, todo coronado por el colindante Parque Forestal, el Museo de Bellas Artes y MAC. Este lugar se conserva como una suerte de punto museológico dentro de una ciudad que arranca de raíz sus casas y edificios con historias para, en vez de, poner gigantes edificaciones, una más parecida a la otra, que envuelven una uniformidad alarmante al santiaguino. Pareciera que el barrio de Bellas Artes es suficiente. Si no ¿por qué no se intenta resguardar nuestros otros barrios europeizados? De seguir así, Santiago nunca podrá parecerse a las grandes capitales del mundo, porque al borrar su pasado, borra su cultura, aquello que la identifica, que la haría calificar como ciudad emblemática. De seguir así, llegaremos al Bicentenario reconstruidos, pero sin historia.
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